martes, 25 de septiembre de 2012

EL COLISIONADOR DE HADRONES, NOVELA DE CIENCIA FICCIÓN

INTROITO:

 
El heraldo de Occidente:
Frontera franco-suiza, 20.30 horas post meridian del 20 de julio del año 3021 después de Cristo. Ciencia: arte de lo posible. "Ich darf" kantiano sin límites, omnímodo. Lo decisivo es: "podemos hacerlo". Vamos a jugar a ser dioses-piensan los expertos-. Sí, van a recrear el big bang que alumbró este Universo en constante expansión. Las consecuencias no cuentan. El gran arcano de la Creación va a ser descubierto, en esa lucha infatigable del hombre por dominar la salvaje naturaleza.

Del mismo modo que ni Dios podría hundir el Titanic, y el mismo fue engullido por las aguas, el acelerador, al poco de ser puesto en marcha, ha provocado...

Una extraña distorsión en el continuo espacio-tiempo, y un vacío de materia oscura está arrasándolo todo, lentamente.

Dos superhéroes lo han advertido. Son mutantes. Una avanzadilla de lo que será la especie humana dentro de cinco siglos (si sobreviviera...). Hombre y mujer, ying y yang: ella es un ángel rubio y él parece un diablo travieso de ojos de acero. Son más fuertes y más inteligentes que el resto, y advirtieron con su precognición antes que nadie la destrucción que se estaba abriendo paso en el planeta. Parecía un terrible castigo a la soberbia humana. En cuestión de minutos no quedará nada. Queda muy poco tiempo, están haciendo complicados cálculos para invertir el proceso, las ecuaciones se resisten. Las personas, los lugares, desaparecen como si nunca hubieran existido. Los ojos del mundo están puestos en ellos. Se les ha pasado por la cabeza destruir la máquina, pero no están seguros de si eso podría ser aun peor.

Están trabajando ambos a pleno rendimiento, y...

Ven la sombra acercarse a ellos...

Sí, el tiempo se ha acabado del todo. En su condición de héroes casi de Cómic, se miran a los ojos sin el menor atisbo de miedo, y...

Ellos, la última esperanza de salvar el mundo, se deshacen como papel de fumar bajo el fuego...



PARTE I: TODO COMENZÓ EN FRANCIA.


CAPÍTULO I.

A fines del segundo milenio de nuestra era.

- Cariño, quiero que sea mujer, rubia, ojos de color diamante, y elegiré para ella un cociente de superdotada. No quiero que la hagan demasiado pacífica, no solicitaré nada en cuanto a potencial agresivo. Las extracciones de gen agresivo han dado problemas en el pasado, quizá sea demasiado infraestructural, me arriesgaré- razona Sophie, guapa francesa de cabellos pelirrojos y ondulados, ojos color de miel, a su atractivo esposo, de origen español, Néstor.

- Sabes perfectamente que yo no soy un génétique, Sophie, aunque me haya visto obligado a hacerme pasar por tal, y, realmente, no quiero para un descendiente mío la vida de lucha que yo he llevado; ya no quieren en ningún sitio a los courants, aunque cada vez haya más leyes que supuestamente nos protejan. Ninguna norma del Parlamento puede hacer nada frente al uso o práctica de una sociedad entera. Son las colectividades humanas las que conforman los ordenamientos jurídicos, no a la inversa. Pero… creo en Dios. Yo soy una obra suya. No sé si esto es conforme con el plan divino. Tengo muchas dudas. Nuestros padres eran opositores al sistema de reproducción controlada. No sé, siento que de algún modo traiciono mis propios genes al hacer esto.

-Néstor, tú mismo lo has dicho. No quieres una vida de sufrimiento para nuestra hija. Las cosas están aun peor que cuando tus padres os tuvieron a vosotros. Empeoran por días, incluso, para todos los courants. Deja que ella sea génétique como su madre. Piensa, te lo digo yo, que puntué muy alto en los tests de inteligencia emocional de niña y que si Dios ha querido que el ser humano descubra la secuencia genética y pueda alterarla, es porque esto que hacemos está de acuerdo con sus designios- Sophie lo miraba con esa nostalgia sentimental que da el matrimonio a las personas: ahí estaba, el español moreno de ojos de obsidiana encendida que impactó en su corazón como un meteorito-

-No todos los hallazgos científicos son conformes con la Ley divina, Sofía: eso es demasiado optimista. La ciencia ha descubierto cosas terribles.

-Hablemos de la neo-ciencia; ya no se permiten las investigaciones científicas libres, pertenecen a la Historia. Todos los científicos han de trabajar para mejorar nuestras vidas. La neo-ciencia es humana.

-Está bien, Sofía. Eres más inteligente que yo. No objetaré nada más. Se llamará Astrid, como mi abuela. Es lo único que yo como padre solicito. Y que sea educada en la religión, sabes de sobra que esto para mí es imprescindible, por lo que esto último lo doy por supuesto.

Néstor la miraba de hito en hito. No entendía cómo podía estar aun más guapa que cuando la conoció. Tal vez cada vez se conocía más a sí misma, y se sacaba, en consecuencia, mejor partido. En cualquier caso, estaba muy orgulloso de ella.

Sofía sonrió con ternura. Le costaba mucho ocultar bajo su expresión facial la satisfacción que le producía vencer a su marido dialécticamente… siempre. Sí, era más lista que él, y quizá fue eso lo que le atrajo tanto de hacerse su novia. Ella siempre ganaría. Cuando la procrearon a ella, sus padres, ambos génétiques, insistieron hasta la saciedad en “programarla” para ganar. No cayeron en la cuenta de que con esa exigencia tan omnímoda, la estaban haciendo menos fuerte: siempre sufría terriblemente con la más mínima derrota, aunque se tratara de un mero juego holográfico. Sofía, sabedora de ello, le dijo a su genetista lo siguiente:

-No ha sido difícil convencer a mi marido. Es un español muy inteligente para ser un courant, pero… yo lo soy más que él, incluso para ser génétique. Pero la inteligencia tiene también su lado débil, Gerard… -

El genetista se bebía las palabras de Sofía: su mente era un prodigio en todos los sentidos. Se sentía especialmente orgulloso de su profesión porque una mujer como ella le había encargado semejante cometido: noquear genes, de eso se trataba, de extraer genes inapropiados, endógenos, y reemplazarlos por otros superiores... La técnica del knock-out que ganó la partida hacía ya siglos a las terapias transgénicas, pero al mismo tiempo era un reto para él. Eso de modificar la secuencia genética daba problemas "a posteriori", el organismo buscaba la manera de volver al estado originario, así sin más. Por eso el knock-out daba mejor resultado: extraer el gen inconveniente y reemplazarlo por otro, pero... ¿mejorar a Sophie? ¡Lo que sería conseguir eso! Estaba altamente motivado, sin duda. Se quemaba literalmente las pestañas estudiando cómo hacerlo.

-Sigue, te escucho atentamente.

-No sé, me da la sensación de que te quedas algo absorto.

-Estoy ilusionado con este proyecto, y muy honrado. Todo va a salir espectacularmente bien, estoy seguro de ello.

-Te decía que la inteligencia a veces te hace sufrir, Gerard. A veces, muchas más veces de las que mi orgullo me deja reconocer, envidio a mi marido. Cuando veo, sobre todo, lo que él disfruta de la vida así sin más entonces me da por pensar que quizá es él el que es superior a mí, no yo. Tal vez también tenga sus ventajas el ser simplemente un hijo de Dios, sin intervención alguna de la mano del hombre. Sí, no me mires así, ya sé que divago, pero en el fondo de ti mismo sabes que tengo la razón.

Gerárd más de una vez le confesó a su consejero -anteriormente esta profesión recibía el nombre de "psicólogo": los consejeros eran una corporación en alza, una vez que fue desacreditada la Psiquiatría, demostrada su inutilidad y nocividad, y desparecidos los estudios universitarios correspondientes, que fueron calificados de "supersticiosos", hecho que coincidió con la prohibición nacional de las pastillas y demás drogas de laboratorio salvo casos de peligro de muerte por enfermedad terminal o accidente, lo que hizo que la gente, siguiendo las directrices del Ministerio de Deportes, se cuidaran a sí mismos con ejercicio y vida sana más que en ninguna otra época-, Jerome:

- La deseo. Sé que es mi paciente, una señora casada, que ha firmado pacto de fidelidad exclusiva hacia su esposo, pero a veces quisiera meterme en el cuerpo de su esposo y poder a mi vez entrar en el de ella. Él es un courant, muy inferior a mí. Su sueño de tener una génétique que roce la perfección sería más factible conmigo, no con Néstor. Ni siquiera es francés...

-No, Gerard. Si ella eligió a ese hombre fue por algo.

-Quizá lo hizo para sentirse aun más diosa, es tremendamente vanidosa

Una conversación muy parecida se repetía entre ambos como en un bucle sin fin. Tras cada consulta, Gerard se subía a su aeronave eléctrica y sobrevolaba los rascacielos y las torres de energía solar con los ojos llenos de un anhelo punzante. Conducir le relajaba, aunque nunca miraba hacia abajo. Le daba vértigo, tenía "complejo de las alturas". Su mirada desangelada se perdía, pues, en el horizonte, a la vez que se preparaba mentalmente para cambiar la expresión de su rostro, para que nadie pudiera leerle nada en el mismo- la relevancia y el prestigio social que tenían en la República los consejeros había dado lugar a que los ciudadanos siguieran fielmente en la práctica sus doctrinas, una de las más famosas se refería precisamente a la interacción humana: lo decisivo para comunicarse no eran las palabras, sino los gestos faciales. Esta corriente, llamada “tesis de la comunicación facial”, se extendió como la pólvora por todo el continente europeo en un tiempo récord-


-Sé algo sobre mi código genético que no quiero que esté en mi hija- le dijo Sophie aquel día de lluvia y viento que ya no podría olvidar...

-Sinceramente no imagino qué puede ser, eres un orgullo de creación.

-No seas presuntuoso, Gerard. Tengo un grave fallo… Es el instinto desaforado por ganar, a toda costa. Tiene un correlato negativo unido a que en la época en que me gestaron se llevaba de moda la disminución del potencial agresivo. Pues bien, la combinación de ambas cosas hacen de mí una personalidad excesivamente conservadora, no me arriesgo si simplemente intuyo que perderé... si toda la especie humana fuera como yo el hombre hubiera seguido siendo poco más que un mono pensante, al más puro estilo del trasnochado Darwin. No hubiéramos, desde luego, salido de las cavernas…

“No hubiéramos, desde luego, salido de las cavernas” - estas palabras se quedaron flotando en su conciencia, reiterándose como un eco en su mente, junto a la angelical expresión del rostro de Sofía… ¡qué bella era! Inspiraría a cualquier artista. Los franceses también habían puesto de moda la inteligencia emocional más que en ninguna otra época histórica, así que supo gestionar la intensa emoción que aquella dama despertaba en él, Gerard hombre, no Gerard científico, y poner así su energía creadora al servicio de la Humanidad.

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